En relación a que estamos cada vez más lejos de aquella historia épica, esa epopeya de los campeones mundiales, traigo una nota del querido Mempo Giardinelli, que pone en la mesa todas estas cuestiones, una relación de cosas separadas que quizás para el ojo embobado no logre relacionarlas, pero que sin duda, y como todo en la vida, se relaciona todo con todo. ¿Cuanto influye el negocio y el espectáculo del fútbol en esta eterna caída?. Hace al menos tres mundiales –Rusia, Brasil, Sudáfrica– que Argentina se entrega a la luz de un héroe, un Maradona, un Messi, o si falta bien bien el Burrito Ortega, Di María, Mascherano, Maxi Rodríguez, Agüero, Tevez, Romero, Higuaín. Es el efecto Messi. El todo o nada es Messi (o Maradona, según sea el caso), es abrazarse a lo que pueda hacer el rey salvador. Y un héroe no es lo mismo que un líder, la autoridad. ¿Detrás del plan de quién se avanzó?
No hay otro deseo en el imaginario colectivo argentino que el de ser campeones del mundo. No hay paso a paso, ni objetivos medios. Sin opciones, el resto sólo se equipara a una catástrofe. Y por eso, en los medios y en la calle, se percibe uno de los males del argentino: el pesimismo exagerado.
No importa lo que haya pasado antes, que no se haya preparado, que no se haya armado un equipo que juegue en sincronía, cada cuatro años los hinchas, la prensa, las constelaciones del sentido común le adjudicarán siempre a la selección el destino de los campeones del mundo, no hay modo de tener un objetivo más módico. Debajo de ahí no hay nada. "Los dos goles de Diego se parecen tanto a nuestro país", ha dicho Jorge Valdano en el documental 86. La historia detrás de la Copa, del director Christian Rémoli. Pero eso es, simplemente, lo que siempre esperamos: un terremoto que cambie la ley de la lógica, el hermoso Big Bang que fue el 86.
Necesitamos, como argentinos, un acto heróico que nos salve del destino, que nos lleve a la gloria, necesitamos la epopeya maradoniana que le de vuelta la historia de lo que ya estaba escrito, esa garra que puede oponerse y ganar al contrario, que se preparó durante años, pero llega el argentino, sin preparse porque solamente confía en su garra, en su hombría, buscando el milagro que es a veces el fútbol. Y eso refleja una manera de pensar que lo llevamos a todos los ámbitos. Improvisados y esperando un heróico milagro maradoniano.
Pero esta vez no apareció el héroe, ni Messi ni Maradona ni ninguno, todos cansados y con su bolsito, perdidos y solos en la estación de tren volviendo a casa. Y es que la gambeta de Messi sobresale en Barcelona, es decir, se da en el marco de un colectivo muy preparado hasta el detalle.
La Argentina es hiperbólica. Es el país donde la gente vota a aquel que le dice que le traerá felicidad, alegría y paz, aunque no se sabe cómo y aunque se sepa que proviene de una histórica familia cuasi mafiosa con miles de causas encima, pero no importa, promete felicidad mágicamente, así como en el fútbol se espera esa magia que cambiará el destino, logrando que los mafiosos se hagan con la Casa Rosada y armen un gobierno que cuando asume anuncia que tiene al mejor equipo de los últimos cincuenta mil años. ¿Acaso no le ven la similitud? Es el efecto Messi llevado a la política, un efecto que nos permite llegar a ser campeones mundial de la evasión y la fuga de divisas, como dice en esta nota Santiago O’Donnell, el co-autor de "ArgenPapers", o que lideremos el ranking mundial de endeudamiento. esta es la Argentina del récord: la deuda externa crece a razón de 213 millones de dólares por día, a razón de 5.000 dólares por cabeza. ¿No será hora de que caigamos en cuenta que debemos dejar de creer en la magia y en los milagros?
Los días mundialistas se llenan de palabras como ilusión, gloria, sueños, historia. Son las palabras que acompañan al micro de la selección por Rusia: "Unidos por una ilusión". Y así vamos, otra vez, atados a la maldición de depender únicamente del milagro. Y eso tiene sus consecuencias...
A continuación, la nota del gran Mempo que ha inspirado lo dicho hasta aquí, que en gran parte se basa en lo escrito en esta nota de Ignacio Fusco.
El triunfalismo argentino llegaba a límites de vergüenza, y la perorata vocinglera y hueca de decenas de comentaristas alcanzaba cimas de ridículo, cuando en pocos minutos tres goles franceses dieron un baño de realidad que el mundo entero vio en la tele.Mempo Giardinelli
Incluso al final de ese partido que no enfrentaba a Molière con Borges, ni a Paul Valery con María Elena Walsh, hubo un segundo en el que pareció que milagrosamente se alcanzaría un empate dilatador de esa agonía deportiva. Pero al menos para quienes amamos el deporte en general, y especialmente el buen fútbol, la lógica se imponía.
Así murió otro sueño desmedido: el de millones de argentinos que en el fútbol esperaban no ver el engaño gigantesco del que fueron, son y siguen siendo víctimas.
Claro que lo de Rusia este año es mucho más penoso que todo lo anterior. En el 94 y el 98, en 2002 y 2006, en 2010 y 2014, mi generación se ilusionó y desilusionó –en implacable continuidad– viviendo derrotas en todos los torneos mundiales. Pero eso no es lo grave, no en absoluto. Lo gravísimo es que no se aprenden las lecciones, las conductas son cada vez peores, las dirigencias son más y más corruptas e inútiles y la incapacidad autocrítica es nula de toda nulidad.
Todas las taras argentinas se repiten, y no sólo en materia futbolera, pero ahora una vez más el fútbol es el espejo que nos devuelve la imagen más dolorosa. Dirigentes incapaces devenidos vulgares operadores políticos, entrenadores farsantes que ocupan el lugar que por cansancio o dignidad abandonaron los más capacitados, barras violentos consentidos por inmorales, y jugadores frivolizados que, pobrecitos, hacen esfuerzos enormes hasta aprender, en sus corazones, que el solo esfuerzo nunca alcanza.
Y es que saben, deben saberlo, que sus virtudes naturales de poco valen si no tienen detrás un riguroso conjunto de factores benéficos que los contengan: trabajo serio y continuado, tiempo y análisis, educación integral, estrategias compartidas y ensayadas, guía moral por parte de los técnicos, y nada del bestiario machista de miles de grotescos, embrutecidos y violentos hinchas cuyas conductas espantarían a más de uno en el infierno de Dante.
Lo que sucedió este fin de semana fue, en este sentido, ejemplar. Mientras la verborrea mediática procuraba amainar la desilusión en un pueblo, el nuestro, que vive un presente ominoso, se clasificaba la notable y disciplinada selección uruguaya de la mano del “Maestro” Oscar Tabárez, que la conduce desde hace años. Y también la de Francia, que con toda humildad salió a la cancha a hacer lo que tenían que hacer, sin desbordes pasionales de sus simpatizantes (que simpatizan, o sea que no enloquecen). Y ayer domingo también la disciplinada selección del país anfitrión, cuyo entrenador mantuvo en todo momento una serenidad y discreción tan admirables como contrastantes con el descontrol del Sr. Sampaoli.
Es claro que las y los futboleros solemos dejamos ganar por la pasión de la competencia y el buen gusto que nos regalan los Maradona, Messi y tantos otros chicos, cuando son chicos, pero no por eso perdemos la compostura ni la razón. Por eso dolió tanto que el fútbol, argentinísima expresión dizque cultural, una vez más le dio un sopapo a su propio pueblo, que se pretende a sí mismo modelo quién sabe de qué pero seguro que no de educación, equilibrio, racionalidad y cordura.
Por eso quizás sea éste un buen momento para decir que la mediáticamente celebrada “pasión argentina” es inservible e inconducente. Y nos da una pésima imagen, además, porque somos un pueblo mucho, muchísimo mejor que lo que muestra la tele durante todo el año y en particular en los torneos planetarios.
Quizás sea momento oportuno, también, para llamar la atención sobre la cercanía –en realidad una misma cosa– entre el penoso charlatanerío y la estafa del poder, que arruinan el presente y el futuro de un pueblo que sólo quiere trabajo, paz y concordia pero al que le joden la vida las jaurías de ladrones con offshores, ahora y siempre al servicio del fondo monetario.
Más que cercanía, podría decirse, es una misma identidad: hay un tumor que infecta al pueblo argentino, un cáncer maligno que fue instalado a lo largo de dictaduras, crímenes de Estado y traiciones de políticos y jueces venales. Están ahora mismo en el poder, en la Rosada y en todos los ministerios, en los gobiernos distritales, en el Congreso y en la todavía así llamada “justicia”. Y también en los bancos y empresas transnacionalizadas, y en el machismo racista y clasista de los pocos y concentrados dueños de la tierra, a la que llaman “el campo” como si fuese una sola cosa, y cosa buena y de todos. Esa mentira contumaz.
El griterío, la soberbia y el descontrol sólo son demostrativos de una sociedad mal y cada vez peor educada. El propio Presidente es un mentiroso serial, y todos los indicadores y denuncias lo responsabilizan del desastre económico, social e institucional que padece nuestra sufrida república, y no es casual que uno de sus principales objetivos es destruir por completo la educación pública. Debiera leer el Sr. Macri la carta pública que la semana pasada escribió el Maestro Tabárez hablando no de fútbol (en pleno Mundial) sino exigiendo que el 6 por ciento del PBI uruguayo se destine a la educación de cientos de miles de botijas.
Futbolero como el o la que más, este escriba lamenta el nuevo fracaso, que no por recontranunciado duele menos. Y lamenta sobre todo, y ésa es la razón profunda de este texto, que nos cueste tanto aprender, como pueblo, y entonces repitamos una y otra vez, y otra más, las mismas necedades. En el fútbol y en la política.
Dedico este texto a la memoria de dos amigos y colegas que no dudo hubiesen confirmado todo esto: Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano.
Con un equipo que se suponía ser el mejor de los últimos 50 años y que vemos que conduce el país atado con alambres, muy lejos de lo que se esperaba, con decisiones cambiantes, inestables que generan resultados desastrosos y un futuro hipotecado.
Paradójicamente, este diagnóstico del presente del gobierno de Mauricio Macri, que sumió el 10 de diciembre de 2015, se asemeja mucho (demasiado diríamos) al que podríamos realizar analizando la gestión de Jorge Sampaoli al frente de la selección mayor de fútbol desde el 1 de junio de 2017. Pero no es aquí donde analizamos al actual técnico de la selección, aunque desde el principio de estas líneas parecía que lo hacíamos... ¿no es cierto? Porque, en realidad, cualquier semejanza con esa realidad deportiva es... una mera coincidencia.
Para no evadir el tema del fútbol, recomendamos un par de notas sobre el tema, cuyos autores saben más que nosotros en esa materia. Con relación al partido que nos dejó afuera, leer esta nota de Carlos Bianchi, y con relación a la gestión Sampaoli, esta otra de Adrián De Benedictis.
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