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[Ornithology • 2017] Myzomela irianawidodoae • A Colourful New Species of Myzomela Honeyeater from Rote Island in eastern Indonesia ---ScRaBBlE

Myzomela irianawidodoae Prawiradilaga, Baveja, Suparno, Ashari, Ng, Gwee, Verbelen & Rheindt, 2017  photo:   Philippe Verbelen  e-journ...

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Wednesday, March 20, 2019

21 de Septiembre Día del Rock Prog: La Historia Oculta ---ScRaBBlE


A raíz de que en el Facebook del blog me preguntaron porqué se conmemora el 21 de setiembre como el Día del Rock Progresivo, vuelvo a publicar esta entrada que ya tiene unos años, para refrescar la memoria de algunos y abrir el conocimiento de otros, porque todo se remonta a 1970, y se conmemora el Woodstock que no fue, me refiero al fracasado Woodstock argentino de la época de la dictadura de Onganía. Es verdad que el 21 de septiempre, en Argentina, fue declarado el día del Rock Progresivo y poco a poco ha ido propagándose hacia otras partes del mundo, a partir de la iniciativa de un grupo de personas que –amantes de la música- la promocionaron durante muchos años y lo siguen haciendo, habiendo comenzado a festejar el día del Rock Progresivo un 21 de septiembre de 2002. A partir de entonces, todos los años se realizan eventos conmemorativos en dicha fecha; que tiene como única finalidad juntarse por un objetivo común, que es la difusión de esta música, un hecho importante para los que la amamos.



Nos unimos al festejo, que en realidad recuerda un triste hecho: el 21 de Septiembre de 1970 la censura llegó por primera vez al rock en Argentina, cuando en épocas de gobiernos de facto (Juan Carlos Onganía, Marcelo Levingston) se temió por lo que iba a ser "el primer Woodstock Argentino".
Como Monterey Pop, Woodstock, y los festivales de la isla de Wight, la Argentina también quiso tener su gran reunión de música progresiva al aire libre. Poco antes del primer B.A. Rock, el locutor Edgardo Suárez organizó en Lobos, ciudad cercana a Buenos Aires, un festival con los principales grupos argentinos. Pero el gobierno provincial se negó a autorizar el encuentro. Fue difundido por la Comisión Provincial por la Memoria, que tiene a su cargo el archivo policial, que fue descubierto a fines de los noventa, una serie de seguimientos e informes de inteligencia elaborados por la Policía Bonaerense frustraron el Primer Festival de Música Joven, el "Woodstock argentino":
Lobos, en la provincia de Buenos Aires, fue la ciudad testigo Edgardo Suárez, disc-jockey y locutor de radio tuvo la idea de hacer un festival al aire libre llamado “Primer Festival de la Música Joven”. Consiguió un terreno de 74 hectáreas ubicado a 16 kilómetros de la zona urbana y cerca de la laguna. Comenzó a hacer la convocatoria y difusión en su programa de radio. Algunos de los actos programados para el festival eran Manal, Los Gatos, Miguel Abuelo, La Cofradía de la Flor Solar, Almendra, La Barra de Chocolate y otras bandas menos conocidas hasta ese momento cuya música era progresiva. Lo cierto es que en Argentina no hubo libertad plena hasta la llegada de la democracia en 1983. Cualquier tipo de convocatoria masiva, más aún, apoyada por los jóvenes que cada vez tenían más fuerza y voz en todo el mundo, levantaba sospecha en los gobiernos dictatoriales. La policía bonaerense y los servicios de inteligencia empezaron a investigar de que se trataba esta convocatoria y la gente que participaría de la misma. El gobierno provincial, alertado por el intendente de turno, negó el permiso. Se incurrió así en un flagrante acto de censura, muy acorde, por cierto, con una mentalidad que oscila entre el temor nacido de la ignorancia, la estupidez y la más rancia mediocridad. Las razones: "El festival sería usado como centro de fumadores de hierba... ... y para poder ‘hacer viajes con la pastilla’, por lo que se infiere que tendrán los primeros casos reales del uso del LSD". "Se considera de absoluta necesidad instalar un Comando en el Paraje ya que debido a la clase de personas que concurrirán a éste ("hippies"), podrían producirse situaciones de roce". Se esperaban 200 mil personas, pero el número real tras la censura, si bien es importante (30 mil), quedó muy lejos de esa cantidad. La cancelación del festival fue tan sobre la hora que muchos jóvenes se acercaron igual al lugar. Algunos, ni se habían enterado de la suspensión. Cuando llegaron no había más que incertidumbre. Ahí se quedaron pasando el día, esperando a ver si se hacía o no. Los jóvenes acampantes transcurrieron la jornada del trunco festival en un marco de absoluta paz a pesar de la decepción, mientras tocaban la guitarra, armaban fogones y pasaban un buen día de campo con amigos. Nadie invadió ni destrozó nada. No se registraron heridos ni ahogados o cosas por el estilo. Finalmente, el festival nunca sucedió y todos volvieron a casa.

Sin duda esta es una gran iniciativa para unir a todas las personas que nos gusta esta gran música, que desafortunadamente es poco apreciada por la inmensa mayoría aunque haya revolucionado la música en general y al rock en particular. Pocas cosas en la música podrían entenderse sin el ese género musical que nos ha acompañado a muchos a lo largo de los años, lleno de expresión, de emociones, con la capacidad de romper estructuras mentales, audífonos y de hacernos disfrutar sin parar.

Los argentinos tenemos memoria. Todos los años recordamos ese 21 de septiembre de 1970. Día del Rock Progresivo.
Hay una pagina en facebook que anda dándole publicidad al día, a quien le interese puede darle un click y seguir sus actualizaciones, este es el enlace: Dia del Rock Progresivo.




El tiempo no para. A un tiempo le sucede otro, inexorablemente. Los emblemáticos años ‘70 fueron antecedidos por los ‘60, una suerte de coctelera de fenómenos preexistentes y recientes que va a desembocar en la larga y polivalente década de 1970.
La represión dictatorial, la democracia fingida y/o tutelada, la proscripción contra el peronismo pero también nuevos movimientos, sonidos, modas: los resultados de este resumido panorama sesentista van a desatarse en una época que claramente tiene un punto de inflexión en 1976. Antes de él, la liberación, la esperanza, el horizonte cercano y palpable de un mundo mejor.
Después, el terror, el saqueo y las tragedias más hondas y caras de nuestra historia. De estos tiempos pero en referencia a los países centrales, María Dolores Béjar marca una cuestión importante: la emergencia y la creciente presencia de la cultura joven. En Argentina, el rastreo de ella es tarea de Sergio Pujol en “La década rebelde”.
El choque generacional que implica la diferenciación de la juventud se combina con los aires de cambio y renovación tanto en la cultura de masas (operada por la tevé y la publicidad) como en las movedizas arenas políticas y educativas de la época (ascenso de Frondizi y “modernización” de la Universidad) para hacer una específica dinámica cultural juvenil que va a configurarse al ritmo de los fuertes vaivenes de la década del ‘60.
La ruptura y/o el desafío al represivo orden de cosas existente no hacen más que incrementarse al tiempo que el estilo hippie se expande y define, en buena parte, al joven rebelde aquí y allá. Los ‘60 prepararon y abonaron el terreno, propiciaron en gran medida los giros (épicos, trágicos) ideológicos y culturales de los “pibes” en los ‘70.
Laguna
Ahora, refiriéndome en concreto a los primeros ‘70, diré algo obvio pero vital para los fines de este escrito: emergía la música rock. La semilla plantada por Los Beatles se diseminaba vigorosamente y no tardó en prender por acá. Y cuando digo “acá” es acá: nuestra Laguna fue el escenario del primer festival masivo y al aire libre de rock en la Argentina. En realidad, fue un intento de festival ya que el gobierno provincial, alertado por el intendente de turno, negó el permiso. Se incurrió así en un flagrante acto de censura, muy acorde, por cierto, con una mentalidad que oscila entra el temor nacido de la ignorancia, la estupidez y la más rancia mediocridad.
La ocasión era el Día de la Primavera: esperar su llegada con lo mejor de la “música joven”, concursos, regalos y fogones; todo coronado (valga la redundancia) con la elección de la “Lobita Reina”. Se esperaban 200 mil personas pero el número real tras la censura, si bien es importante, quedó muy lejos de esa movilización. Los y las audaces acampantes, jóvenes “barbudos y maxifalderas”, transcurrieron las jornadas del trunco festival en un marco de absoluta paz a pesar de la decepción. Nadie invadió ni destrozó nada, no se registraron heridos ni ahogados o cosas por el estilo.
Es más, comerciantes y vecinos criticaron la medida de censura al haber impedido a miles de personas el conocimiento de la Laguna como punto turístico. Prescindiré de la comparación con Woodstock porque los contextos son bien diferentes. Sí podré decir que se habían convocado en Lobos a los principales artistas del momento y que este “Primer Festival de la Música Joven” en la Laguna fue organizado por el locutor y disc-jockey Edgardo Suárez.
Será, de alguna forma, el germen de los “B. A. Rock”. Al respecto, la tercera edición (1972) será el soporte del primer documental de esta pionera etapa del rock argentino titulado “Hasta que se ponga el sol”. En él se registran las actuaciones de Sui, León, La pesada, Pescado, Litto, Pappo´s Blues, entre otros.
Para terminar este repaso por un pedazo de la historia de acá, un fragmento de la nota de la revista “Panorama” (septiembre de 1970) sobre el (casi) festival de Lobos: “…la interdicción oficial ahuyentó a los trovadores y a buena parte de los 200 mil acampantes (…) Apostados en la tranquera, celosos policías lugareños vigilaban cualquier invasión (…) Pero si nadie podía hollar el paraíso, nada impedía acampar en los lindes. Y así se hizo (…) Entonces, Lobos fue una fiesta, aunque a medio trapo: circuló el calumet de la paz, se tañeron las guitarras, trepó airoso el sonido de las flautas, los cuerpos se broncearon. Entre los juncales crecieron las risas y los cantos y pocos se sustrajeron al llamado del amor. Tanta profusión de estrafalarias vestimentas y pelambres selváticas alimentó la curiosidad de los pueblerinos. Para ellos, este acceso al reino del asombro significo cambiar el escenario de la tradicional vuelta al perro: en vez de la plaza, el camino de la laguna (…) Para desconsuelo de los sempiternos aguafiestas, el petit week end concluyó en paz: hubo unos minutos de silencio- la ultima noche- para oír el croar de las ranas y antes de separarse, los acampantes se intercambiaron vinchas, collares, amuletos, abigarradas camisas, mantones y otras prendas del empilche hippie”.
Mauricio Villafañe - Lobense, estudiante del Profesorado de Historia de la UNLP.

Entre el sábado 10 y el lunes 12, unos 1.500 pelilargos adolescentes levantaron sus carpas junto a la popular laguna a la espera del publicitado festival de música beat. Aunque la fiesta no se realizó, un redactor y un fotógrafo de SIETE DIAS convivieron con los acampantes y documentaron los entretelones de la frustración
Para algunos, fue la mayor expresión de autenticidad que brindaron los jóvenes argentinos en la última década. Para otros, en cambio, se trató de una maniobra comercial destinada a crear las condiciones de mercado necesarias para el lanzamiento de un nuevo producto: la marihuana. La mayoría coincidió en afirmar, simplemente, que el baqueteado asunto de Lobos —el segundo fracaso del discjockey Edgardo Suárez en su intentona de realizar en esa localidad bonaerense un festival gigante de música beat— no fue más que un picnic superpromocionado en el que, ayudados por largas «melenas, coloridas ropas y heterodoxos disfraces, varios grupos de adolescentes trataron, a su manera, de mostrar estruendosa, caóticamente, su "rebeldía", su "inconformismo.
Lo cierto es que una incómoda sorpresa acechaba a los tranquilos Pescadores que, en la mañana del sábado 10, decidieron aprovechar el alargado fin de semana para arribarse a la laguna de Lobos y disfrutar de un bucólico week-end: unos mil quinientos hippies, desparramados en un centenar de carpas, se adueñaron de la costa a la espera de que el jeque Suárez concretara su anunciada festichola. Un particular estilo de reunión que, frustrado el 20 de septiembre, el viernes 9 recibió otra herida mortal cuando un escueto telegrama le anunció a E.S. la suspensión provisoria del festival!. "Una elegante manera —se quejó luego Suárez— de prohibirlo, sin recurrir a expresiones antipáticas."
Pero como la desautorización de los funcionarios provinciales llegó a último momento, los adolescentes que se habían entusiasmado con la idea de participar en la fiesta prefirieron ignorar la "suspensión provisoria"; cargaron, pues, sus petates —mochilas, carpas, guitarras— y se instalaron a la espera de novedades en los alrededores del Country Club lagunero, donde se habían acondicionado 76 hectáreas para cobijar a los acampantes. Las noticias, por supuesto, fueron pocas: el sábado por la tarde el pariente Suárez se hizo una escapada hasta Lobos, estimuló la devoción de algunos de sus admiradores y les explicó que el evento se había suspendido "por razones de fuerza mayor", pero que él estaba haciendo los "trámites necesarios" para que pudiera realizarse entre el viernes 30 y el domingo 1º de noviembre.
Sin embargo, aunque no hubo festival, los reposados lugareños que se hicieron una escapada al campamento para curiosear tuvieron motivos suficientes para la comidilla: la mayoría de los visitantes se complacía en lucir las estrafalarias vestimentas, los ostentosos atuendos, las increíbles cabelleras y el mismo aspecto que caracteriza, en otras partes del mundo, al movimiento hippie. Claro que muchos dijeron que los exponentes nacionales sólo comparten las apariencias con los jóvenes americanos y europeos: "Yo viajé por toda Europa y creo que allí las cosas son algo distintas —diferenció Juan, un hippie de 27 años que fue a Lobos con su mujer y su hijo de meses—. Estos que están aquí son chicos ahogados por el establishement, que se sienten desesperados y que dan un grito y salen corriendo; pero a mí me parece un fenómeno muy positivo".
Un rastreo efectuado por SIETE DIAS en el lugar permitió establecer algunas de las características específicas de los acampantes: la edad promedio era de 18 años; había un 70 por ciento de varones y un 30 por ciento de chicas; muy pocos supieron explicar en detalle por qué habían ido a Lobos —casi todos se limitaron a respuestas generales tales como "porque venía un amigo", "porque me gusta", "porque me derrito por la música"—; prácticamente ninguno pudo definir con precisión qué es un hippie, y muy pocos admitieron haber probado drogas. En contraste, hubo unanimidad para responder que los padres no los entendían y que las relaciones con ellos eran muy difíciles.
Entre los vecinos que husmearon por las carpas no faltaron quienes imaginaron truculentos episodios: "Mirá, mirá —le decía una rechoncha señora a su distraído marido—: esa chica camina como borracha y tiene la mirada perdida y vidriosa, para mí que se drogó". Un poco más serio que esa sospecha, un rumor preocupó a los vecinos: se afirmaba que algunas personas estaban repartiendo gratuitamente marihuana para iniciar a los jóvenes en la práctica de fumar y obtener así nuevos clientes. Más allá de las debilidades de ese argumento —la marihuana no produce acostumbramiento y es muy difícil que alguien la haga circular en un lugar tan lleno de gente y con policía cerca—, no faltó quien desarrollara su propia teoría; Adolfo Cordeu (26), licenciado en comercialización y gerente de producto de Brassovora, que fue a Lobos "a ver qué pasaba", explicó a SIETE DIAS: "Todo parece responder a una gran campaña que culminaría cuando se realice el festival, con el lanzamiento masivo del nuevo producto. Lo de este fin de semana puede ser un estudio de factibilidad que permitiría establecer las dimensiones del mercado y pulir los canales de distribución —exageró—. Hay que comprender que el de la marihuana es un gran negocio, pues la mercadería carece de competencia y tiene un potencial de consumidores muy amplio".
Ajeno a las especulaciones tejidas en torno al frustrado festival, Juan Miguel (18) sintetizó, quizá mejor que nadie, lo ocurrido en Lobos cuando meditó: "Antes los rebeldes protestaban contra la sociedad; pero de lo que se trata ahora es de invertir los términos; actuamos de manera tal que sea la sociedad la que proteste contra nosotros".


La inteligencia policial sobre el Woodstock argentino
Una serie de seguimientos e informes de inteligencia elaborados por la Policía Bonaerense frustraron el Primer Festival de Música Joven, el “Woodstock argentino”, en octubre de 1970. Fue difundido por la Comisión Provincial por la Memoria, que tiene a su cargo el archivo policial, que fue descubierto a fines de los noventa.
  • Comisión Provincial por la Memoria
  • Comisión Provincial por la Memoria
  • Comisión Provincial por la Memoria
Por: Martín Cortés
“Entonces Lobos fue una fiesta, aunque a medio trapo: circuló el calumet de la paz, se tañeron las guitarras, trepó airoso el sonido de las flautas, los cuerpos se broncearon al sol. Entre los juncales crecieron las risas y los cantos y pocos se sustrajeron al llamado del amor”. En octubre de 1970, la revista Panorama reseñaba de esta forma un encuentro que podría haber sido histórico: el Primer Festival de Música Joven, el “Woodstock argentino”, menos de un año después del original. Todo estaba programado para que jóvenes de todo el país escucharan a las bandas del momento y acamparan un fin de semana junto a la laguna de Lobos. Pero un informe de inteligencia, hoy perteneciente al archivo de la DIPPBA y difundido por la Comisión Provincial por la Memoria, provocó la suspensión del festival no una, sino dos veces en medio de la debilitada dictadura de Juan Carlos Onganía.
El seguimiento de la Policía bonaerense fue en ese contexto, acelerado y politizado, de fines de los 60, en esa ‘época dorada’ del capitalismo de posguerra. Junto al surgimiento de los estados de bienestar hubo una escalada en las luchas sociales en todo el mundo que fue reprimida de diferentes maneras. Los movimientos por la descolonización en África y el Sudeste Asiático, el Mayo Francés, el movimiento estudiantil mexicano, las protestas contra la guerra de Vietnam y anti racistas en Estados Unidos, la elección de la Unidad Popular en Chile y, en Argentina, el Cordobazo, fueron parte de ese proceso. Todos compartían algunos rasgos: la alianza entre sectores universitarios y obreros, las protestas callejeras y la represión estatal.

Para la misma época crecía en todo el mundo una nueva cultura joven y una rama entera de la publicidad, la música o la literatura exaltaban valores asociados a la juventud. El mayor símbolo de eso fue el movimiento ‘hippie’, nacido en la costa oeste de Estados Unidos y exportado a todo Occidente. Este fenómeno y el anterior eran paralelos y no siempre se cruzaban, salvo a los ojos de las Fuerzas Armadas, entrenadas en la contra insurgencia para detectar a los enemigos internos ‘infiltrados’ entre la población.
En medio de la ‘ola hippie’’, el conductor radial Edgardo Suárez organizó un festival en un marco natural como la laguna de Lobos. Durante un fin de semana de septiembre de 1970 tendrían lugar expresiones artísticas tradicionales como el folklore y el tango, pero sobre todo la música ‘joven’, con bandas como La barra de Chocolate, Manal, Los Gatos, Miguel Abuelo, La Cofrafía de la Flor Solar y otras. Se venía el Woodstock argentino.

“Es afecto a las drogas”
La policía quiso saber de qué se trataba. Desde el Cordobazo, una señal de alarma se había prendido. Obreros y estudiantes cordobeses habían hecho desbandar a la policía y la dictadura había tenido que movilizar al II Cuerpo del Ejército. Las asambleas estudiantiles se hacían en sedes sindicales como Luz y Fuerza o SMATA. Los estudiantes de Química tiraban bombas lacrimógenas caseras; los de Veterinaria usaban perros y ratas para distraer a los caballos policiales. El barrio Alberdi, con mayoría estudiantil, era un campo de batalla plagado de colchones y muebles aportados por la clase media. Esta alianza heterogénea de sectores había herido de muerte a Onganía y su proyecto tecnocrático-autoritario. Fracasaba el plan de Kriger Vasena para quebrar la unidad obrera, concentrar el capital y extranjerizar la economía. Y en ese cambio de rumbo histórico, los jóvenes habían sido protagonistas.
El Servicio de Informaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires comenzó a investigar: en su informe declararon que “se considera de absoluta necesidad instalar un Comando en el Paraje (...) ya que debido a la clase de personas que concurrirán a éste (‘hippies’), podrían producirse situaciones de roce”. Sobre Suárez, el organizador,  evaluaron que “su conducta es muy discutida, ya que circulan en el ambiente artístico rumores que es afecto a las ‘drogas’. Asimismo se tiene entendido de que sería de ideario ‘marxista’, no contándose con antecedentes al respecto”.

Los agentes de inteligencia tenían a su disposición todo tipo de herramientas de espionaje, pero decidieron no buscar esos supuestos antecedentes de Suárez: para la época, una sospecha de este tipo ya se daba por cierta. Lo mismo pasa con el resto de los organizadores: toda la información que la policía pudo recabar está basada en rumores, “insistentes versiones” e informaciones incompletas.
El informe deja ver que la policía se topaba con un fenómeno sin precedentes. Piden el apoyo del intendente porque la realización del evento “aparejaría una responsabilidad enorme para las autoridades, ya que no se cuenta con experiencias de estos festivales”. De todas maneras, avisa que la gente llegará al festival por la ruta y no pasarán por el centro de Lobos, por lo que “no va a haber prácticamente contacto entre población y hippies”.

Rockeros, bonitos, educaditos
Poco antes del festival, en junio de 1970, Montoneros había asesinado al dictador Pedro Eugenio Aramburu, pero faltaban algunos meses para el auge de las organizaciones guerrilleras: el enemigo no había sido redefinido en los términos ‘setentistas’ habitualmente asociados con el terrorismo de estado posterior. Por eso, aunque la finalidad del festival fuera estrictamente comercial y lo financiara Coca Cola, la policía veía un potencial peligro en esa juventud y su relación con el alza revolucionaria.
El festival, previsto para recibir a la primavera, se suspendió y fue reprogramado para octubre, cuando volvió a ser cancelado. Pero esa vez algunos jóvenes se acercaron igual. No fueron treinta mil, como calculaba el informe, sino unos pocos cientos. Miguel Grinberg, escritor, periodista y referente de esa generación, contó a Infojus Noticias que, si bien las bandas no tocaron, “la parte convivencial se terminó haciendo”, como atestigua la revista Panorama citada al comienzo.

Esa crónica, por ejemplo, recoge el testimonio de un hombre de 48 años que dice: “La juventud quiere estar con el sol, con la luna, con la naturaleza y alejarse de las ideologías. Lo que se buscaba era lograr la paz, sin descuidar los fines comerciales. Paz y comercio es nuestro lema”. Un joven de 27 años dijo a la revista Siete Días: “Estos que están aquí son chicos ahogados por el establishment, que se sienten desesperados y que dan un grito y salen corriendo; pero a mí me parece un fenómeno muy positivo”. Su objetivo, en línea con el movimiento hippie, no era transformar la sociedad, sino construir algo distinto lejos de ella.
El informe y los artículos de prensa parecen indicar que la juventud de la época había hecho propios los valores, el estilo de vida y la vestimenta hippies en masa. ¿Era así? Para Grinberg, “los hippies eran un pequeño segmento con esa mística, la mayoría era gente joven muy corriente. La revista Así, del diario Crónica, cuando iba a los festivales los fotografiaba a ellos, pero era sólo una parte”. Esa parte de la juventud quizás fuera la que más llamaba la atención de las autoridades, pero era la que planteaba transformaciones menos radicales comparadas con las organizaciones guerrilleras que comenzarían a actuar durante esa década.
Martín Cortés - Archivo Info Jus



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